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Ya se me saló la sopa…

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Cuando el hijo chistosito quiere convertirse en actor serio se acabó la diversión de los padres.

Por Guillermo Rodrigo Tóvar.

Y “cashi sin querer”, como dice Ximena, ya estamos aquí de nuevo, ahora con la cuarta columna de este bendito tema llamado teatro. Gracias a ustedes que me siguen leyendo, y que aún cuando está muy dura la competencia con noticias “tan relevantes” como que apresaron a la “santa virgen de la educación”, me regalan unos minutos;  ya tenemos bastante con los medios de comunicación que no dedican más que una milésima parte de su tiempo a hablar de cultura y en este caso concreto de teatro.

Platicando pues de lo que nos interesa, hoy debo ponerles en la mesa esta sopita de letras, formando palabras que me llevan a contarles que hace apenas unos días fui invitado a un proyecto teatral infantil, lo cual me llena de alegría. “Estrellita en la frente” a todas las escuelas que invierten tiempo y dinero en proyectos culturales o artísticos. Así que me di a la tarea de elegir entre más de 120 chiquitos de kínder y primaria a los más adecuados para interpretar a los ya conocidos personajes de “El mago de Oz”. Sublimes, impresionantes, magistrales con esa energía y talento natural que dejan en cada enunciado que interpretan. Fueron excelentes las noticias, quedamos muy por encima de las necesidades, talento de sobra, porque con este se nace, sólo que esa llama se va apagando cuando nos volvemos seres comunes y decidimos convertirnos en “zombis” que van y vienen viviendo para trabajar, ganar dinero, comprar estupideces – con el nombre de un tipo que ni nos conoce pero que nos hace sentir importantes-, comer, ver la tele y dormir, vaya forma de sacarle jugo a la vida.

Y bueno, aquí es cuando no entendí, si la sopa estaba buenísima ¿en qué momento se nos ocurrió ponerle sal? Vamos explicarlo con coditos y fideos y ¿a ver a quién le queda el saco? Cuando eres niño y derrochas este talento del que hablamos, los padres, tíos, abuelitos, madrinas, padrinos, amigos y demás seres adultos que le rodean a uno le enseñan que eso de cantar en público, de imitar, de disfrazarse de personaje de la primavera, animalito o hasta del artista del momento es bueno y causa alegría a los nuestros, nos brindan sus aplausos y hasta sus ensalivados besos que terminan explotando en nuestros regordetes cachetitos, - pero que lindo se ve mi hijo vestido de “rey lion” -, – mira nada más a mi gordita vestida de elefante, no se ve divina -, – a ver chamacas, cántense la canción de “los laureles” aquí para mis compadres, – Mijo vente para acá e imítame a Ricky Martin ándale, ya verán que le sale igualito- y ahí esta “el chistosito” como mono de cilíndrero haciendo lo que los papás dicen. Y bueno, eso no está mal, finalmente están despertando y desarrollando en los niños un gusto por lo artístico en varias de sus formas. Claro, esto definitivamente se termina cuando inicia la adolescencia. A ver, primero echan a andar el carro y luego lo frenan (y luego no quieren hijos bipolares).

Ya que uno llega a cierta edad y después de que te metieron en la cabeza que lo artístico es algo que gusta, salen con el contrataque y la contra instrucción, – a ver, a ver, aquí nadie va a ser “actor o cantante o bailarina”, aquí sólo gente decente, doctores, licenciados, ingenieros o contadores, nada de payasadas, que no se gastó tanto en escuelas y útiles escolares para que salieran con querer ser actor y hacer esas mamarrachadas del teatro, aquí primero se me entrega un título y luego veremos - Sí señores, se acabaron los aplausos y los escenarios,  lo importante es ser uno más, uno de la bola, aunque termines de taxista con título o de sicario con maestría, -aquí lo importante es lo que deja-, decía el padre de buen compañero actor que: primer acto: después de dejar la actuación para estudiar ingeniería fue a entregarle el título a su padre, segundo acto: se colgó de una viga en un hotel de paso.

El grave problema es precisamente la falta de valoración hacia lo que hacemos, y  que es tan valioso e importante como las leyes o los números, necesitamos tomar en serio la idea de tener entre nosotros gente talentosa que se dedica profesionalmente al arte, dejar de tomarlo como un taller, un hobbie o – una locura de mi hijo que no sabe lo que quiere.

Hace ya algún tiempo, intercambiando palabras al son de una noche jocosa con una increíble mujer, que además de valiente e inteligente revolucionó con su forma de pensar y ser todo a su alrededor, precisamente sobre este tema me comentaba – En Italia pueden tener un mal presidente, un mal senador, un pésimo contador, pero nunca van a aceptar un mal cantante de ópera o un mal actor ; si estuviéramos en otro país seríamos valorados; definitivamente el teatro en México no es apreciado - Que lastima pensé, que pena que se esté perdiendo la confianza en uno mismo,  en su país, en su propia gente; afortunadamente existimos muchos más que aún tenemos esperanza, de que poco a poco vayamos despertando de este letargo y reaccionar hasta convulsionar y transformar el rededor, – en tiempos de guerra el arte florece – me decía una actriz amiga llena de ilusiones y capacidad.

Señores, el arte en México, como decía Frida Kahlo – señora de mi corazón -, “se encuentra desde el más humilde utensilio culinario hasta en el más opulento altar barroco”, sólo que nuestra mente tan acostumbrada a lo común no se permite ver lo extraordinario.

La sopita de letras está buenísima señor comensal, pruébela  por favor… antes de arruinarla poniéndole tanta sal. Saboréela, disfrútela que tenga por seguro que existen miles de personas con talento que están desesperadas por mostrar su buen sazón…  nos leemos pronto. Muchas gracias.


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